Tiene el maestro portugués la virtud de aparentar que apenas cuenta nada, de que apenas si se aleja de lo obvio pero, cuando uno acaba sus novelas, calibra la verdadera calidad de las mismas.
En “la Caverna” nos encontramos con un Saramago primitivo en sus reflexiones, alejado de tramas más fabuladas que, más tarde, incorporará en sus obras más tardias.
Es un Saramago exigente con la palabra pero que sabe, como nadie, manejar los silencios. Es “La Caverna” una reflexión sobre a dónde nos lleva una sociedad consumista y deshumanizada, pero es también una historia de amor (o mejor, varias), de un amor sin grandilocuencias, silente, como gusta a este defensor de la idea de una nueva Iberia.
P.D. El libro sólo puede ser recomendable para quien ha leído mucho al premio novel.
